ANIMAL

Cristian Velasco · Sin temor al tigre ni al rinoceronte

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En el arte no hay espacio para el miedo. O más bien, el temor no puede ser nunca la excusa para que el arte no se atreva a aparecer. Valiéndose de un fragmento del sabio Lao Tse, Cristián Velasco exhibe el rigor de sus más personales procesos de la mano de resultados articulados. Una serie de interpelaciones trascendentales al quehacer artístico que conviven en el diverso despliegue de obras que realiza el artista para la exposición en galería Animal. Emergen preguntas al ejercicio constitutivo de la pintura, que examinan el quehacer propio en la esfera del arte, tomando como referentes los icónicos textos de Rilke y Kandinsky revisitados. Después de todo, una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad.

Sin temor al tigre ni al rinoceronte presenta una serie de trabajos y ejercicios honestos que abarcan desde sutiles propuestas de abstracción meticulosa, hasta expresivas apropiaciones de pintura clásica y variadas técnicas en las que Velasco profundiza en su contemporáneo uso del textil. De algún modo, cada obra de su trayectoria se hace presente en este conjunto variado; los trabajos son a la vez resultados de indagaciones y errores anteriores, desarrollados en una especie de sistema articulado de caos, que cosecha a partir de cada momento de experiencia vivida, profunda, real.

Realizadas los dos últimos años en su taller en la localidad de Tunquén, el contexto de estas obras es un entorno natural que marca el tono de su práctica de manera ineludible. Paradojalmente, y tras una larga temporada alejado de la pintura y así, del taller de artista, es desde su locación fuera de la ciudad, en un pregnante medio, lo que posibilita sus recientes introspecciones. Es desde ahí donde el artista retorna a cuestionarse por lo que se ha entendido como una base constitutiva de la praxis artística: la pintura. De este modo, observa a dos grandes maestros occidentales de la pintura como Diego de Velázquez y Johannes Vermeer para llevar a cabo su usurpación, mucho más radicalmente que desde una cita, desde los heterogéneos soportes de la materialidad contenida ya sea en el experimento textil y desde luego en la pintura misma, violentada con materiales poco ortodoxos como té, eucaliptus, vitrolux y cochinilla.

Desde el devocional respeto que produce el cuerpo humano y sobretodo el rostro, aparecen retratos brutales y expresivos con trajes de época que pervierten la pintura y su posibilidad de representación en un nuevo uso radical, biografizado, reapropiado de sentido. Junto a éstos se agrupan, vibrando casi, los sonidos de las sutiles costuras que forman la mayor pieza del conjunto, presentes también en una serie de figuraciones textiles que forman una especie de contrapunto de visualidad.

Y es que después de casi dos décadas de un accionar performático en el habitar desde y en el paisaje con el cuerpo, el artista muestra hoy más bien un campo de relaciones que atraviesa, como una punta de flecha, una gama de operaciones que se llevan a cabo en su trabajo, y produce relaciones y conexiones entre ellas.

Esta es una variada conformación plástica de la que emana cierto sosiego taoísta que solo puede surgir cuando se ha probado todo, cuando se ha buscado y armado un hogar más de una vez, cuando se ha trabajado dura, valientemente, sin perder el hilo con la propia producción, o más bien, cuando perder el hilo es precisamente lo que aquí se materializa como una metodología inexorable.

Daniela Berger Prado

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